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Post COP29: ausentes, división de opiniones y olvidos
La COP29 ha estado marcada por el complejo y difícil contexto geopolítico mundial, además de por su coincidencia en el tiempo con el G20 celebrado en Brasil. Esto se ha traducido en la ausencia de la mayoría de los grandes líderes mundiales.

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Ausentes
Los presidentes de USA, China y Rusia no asistieron. Tampoco acudieron Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y gran defensora de la lucha contra el cambio climático y la transición energética, ni los presidentes de Alemania y Francia. Scholz por haber convocado elecciones anticipadas para el mes de marzo y Macron por las dificultades internas de su país que han acabado con la caída de su primer ministro, Michel Barnier, además de su difícil relación diplomática con Azerbaiyán.
Si a todo ello unimos el efecto Trump, que daba una fuerza relativa a la representación norteamericana, ya se dejaba entrever el calado que podía alcanzar la cumbre. Tampoco contribuyó la ausencia de la nueva vicepresidenta de la Comisión Europea para una Transición Limpia, Justa y Competitiva y responsable de competencia, Teresa Ribera, también firme defensora de la transición energética y que tan relevante papel tuvo en la COP28 de Dubai.

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La controversia por la designación de Azerbaiyán como sede, un país en la órbita de Rusia y eminentemente petrolero (el 90% de sus exportaciones son petróleo y gas natural) y que no mostró la habilidad diplomática que sí tuvo Arabia Saudí en la COP28 para gestionar ese carácter en una COP, le llevó a no mostrarse como un país al menos neutral en la descarbonización.
Así, las declaraciones del presidente azerbaiyano, Ilham Alíyev, calificando al petróleo como un regalo del cielo y equiparándolo al sol y al viento de los que hay que beneficiarse, no eran el mejor camino para lograr grandes avances.
En este sentido, no conviene echar en saco roto la carta que Ban Ki-Moon, ex secretario general de la ONU, Mary Robinson, expresidenta de Irlanda y Christiana Figueres, ex secretaria ejecutiva de la ONU sobre el cambio climático (UNFCC) han dirigido a la ONU. En ella solicitan que solo se celebren cumbres en países con un claro apoyo a la acción climática y alertan sobre la excesiva presencia de los lobbies relacionados con combustibles fósiles en las mismas para evitar, como ha dicho Al Gore, “que la industria fósil y los petrodólares se hayan hecho con el control de los procesos de la COP”. Algo de razón no les falta.
El foco del debate de la cumbre estaba en la financiación climática, los fondos que debían recibir los países con menos recursos destinados, no solo a reducir sus emisiones sino también para “prepararse, protegerse y mitigar los daños que sufren por el cambio climático” y del que no todos son los responsables. Conviene recordar que por cada euro invertido en prevención se ahorran entre cinco y siete euros en reparaciones futuras.
División de opiniones
La distancia abismal que separaba en cuanto a su cuantía hacía difícil el acuerdo. Los países desarrollados ofrecían 250.000 M USD mientras que los no desarrollados solicitaban 1,3 billones de dólares.
Finalmente se alcanzó la cifra de una aportación anual de 300.000 M USD por parte de los países ricos y su voluntad de ir incrementándolos hasta alcanzar los 1,3 billones que los países no desarrollados consideraban necesarios, sin quedar concretada nada más que vagamente la procedencia de la financiación (fondos públicos, créditos, aportaciones voluntarias, inversión privada ligada a proyectos).
Lógicamente, el texto final ha generado una división de opiniones totalmente encontradas. Desde el calificativo de “histórico” por parte de Biden al de “injusto y que excluye a naciones” de Chandni Raina, ministra de finanzas de India, o el “decepcionante y un paso atrás” de la organización WWF. Opiniones que manifiestan la gran polémica y tensión que ha existido en Bakú. Más ajustadas me parecen las de la ministra de exteriores alemana que ve en el acuerdo “un buen punto de partida” o el “se abre una nueva era de financiación climática” de Wopke Hoekstra, comisario europeo de Acción Climática.
De todas, me quedo con la del secretario general de la ONU, Guterres, que lo considera “como una base sobre la que seguir avanzando aunque mis expectativas eran más ambiciosas. Es necesario cumplirlo en su totalidad y a tiempo”. Y destaco las siguientes palabras: cumplirlo y a tiempo.

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Hay que recordar que el objetivo de 100.000 M€ fijado en la cumbre de 2009 como ayuda a los países no desarrollados se completó en 2022 y con reservas. Vamos muy despacio.
El otro gran acuerdo ha sido el de la gestión de los créditos de carbono, que estaban recogidos en el artículo 6 del acuerdo de la COP21 de París y que desde 2015 llevan sin avances significativos. Ahora su gestión queda bajo el amparo de la ONU pero, una vez más, sin concretar de qué forma se llevará a cabo dicha gestión. Especialmente como se evitará la doble contabilización de los créditos que hasta ahora se produce en exceso.
Según Mukhtar Babayev, presidente de la COP29, este acuerdo ayudará a ahorrar 250.000 M € al año en la implantación de planes climáticos. Si la implementación se hace bien es una buena noticia, pero hemos tardado casi diez años para llegar a ello. Insisto, vamos muy despacio. Son tiempos muy largos y lo que nos jugamos es mucho. Aquí no vale el “veinte años no es nada” del tango como medida del tiempo.
Olvidos
Hay otros temas decisivos que también se hablaron en la cumbre y en sus pasillos como el de dar un paso más sobre el acuerdo de Dubái de “dejar atrás los combustibles fósiles”, pero en el texto final no hay ninguna referencia a ello.
Otra cuestión que quedó sin resolver y que en algún momento hay que afrontar es si sigue teniendo sentido que se consideren países en desarrollo China, Arabia Saudí o Emiratos Árabes, por ejemplo, y que sus contribuciones sigan siendo voluntarias. Es una clasificación que se remonta a primeros de los años 90 y desde entonces la realidad ha cambiado mucho y ha quedado desfasada.
Eliminar gradualmente los combustibles fósiles y ayudar a los países sin recursos más afectados por los efectos del cambio climático no es sólo un ejercicio de responsabilidad o de deber moral, sino que también tiene sentido desde el punto de vista financiero. Y en ese enorme reto global tenemos que involucrarnos todos, incluido el sector financiero, “acelerando los flujos de financiación mundiales de las energías fósiles a las renovables”, como dice en un muy reciente artículo Jeroen Rijpkema, CEO de Triodos Bank, quien también recuerda que en muchas regiones las energías renovables son ya una inversión mejor que los combustibles fósiles. Nosotros, que somos pequeñitos comparados con los gigantes, ya estamos presentes en el Caribe, en África, en la mayoría de los países suramericanos.
Rijpkema finaliza su artículo diciendo: “podemos hacer una contribución importante a un planeta habitable para las generaciones futuras”, frase con la que no puedo sentirme más identificado ya que, en otras palabras, es la visión de Amara NZero: "conseguir un mundo con Zero emisiones netas, NetZero, para las futuras generaciones -NextGen-".

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Es responsabilidad de todos. Estamos a tiempo, pero ¡allez, allez! ¡deprisa, deprisa!